Pusieron a mi lado a una hermana
-Ángela Segovia
Pusieron a mi lado a una hermana. Dijeron, es tu hermana. Ahora anda. Caminamos por la noche con mi hermana. La ciudad estaba muerta, estaba blanca. Llegamos a una plaza y vimos grúas levantadas, se movían despacio con la niebla. En la montaña las casitas aparecían y desaparecían. Qué son esas casitas, me preguntaba. Al hondo hubo un árbol. Blanco. Dejaba caer sus sombras. Tuve miedo de preguntar a la hermana. Pero ella respondió de todos modos. Aquello es donde guardan tu mitad, no la mitad despierta, si no la mitad dormida. Todo parecía un sueño. No dije nada. Luego llegamos a la puerta. Y esto, qué es. Esto es donde guardan tu mitad, pero no la que está dormida, sino la que está despierta, tú sabrás cómo llamarla. Y tú, quién eres. ¿Yo? Soy tu hermana, me han puesto aquí para traerte. Ah, vale, pensé. Pues muy bien. Entonces, mi hermana. Pero no parecía que estábamos allí, era, a todo detalle, como no estar. Vamos, vamos, le dije. Quise entrar por ver si algo cambiaba. Quise entrar por fuerza y ver si algo cambiaba. Pero nada
nada
pasaba
mis dedos
ardieron
al contacto
de la puerta.
–Quema, dije.
–Nadie dijo que tocaras, hermana.
*
Mi hermana es igual que soy yo. Pero si mi manto es de sanguina, el suyo es de blanco. Y si mi cara es blanco pálido, la suya es rosada, y si mi pelo es de rojo, el suyo es platino, y si mis zapatos son rojos, los suyos son dorados y si mis dedos son blancos, los suyos dorados. Ella se va conmigo. Yo voy sola en el camino. Saca un cigarrito de salvia y lo pone entre sus labios. Flor púrpura, hermana, ¿aceptas?
No dije que sí, pero dije que sí
Ella lo puso en mi boca
sopló
y salió fuego
unas plumas de fuego
Ahora sopla tú, dijo mi hermana
y yo
agarré el cigarrito
lo saqué de mi boca soplé
y una humareda de malva
pintó los bordes de malva
y bajo el malva se vieron
cien manos de gas que empujaban
ta rán
se abrió la puerta
¿aceptas?, dijo una voz
y claro, dijo mi corazón